En Playa del Carmen…
Van y vienen. Parejas, familias, grupos de amigos y seres solitarios que caminan en la playa para absorber e irradiar tranquilidad, la calma que ofrece un paraíso de clima agradable con mar de aguas cristalinas y serenas.
Algunos pasos son más lentos que otros. Edades, enfermedades y penas generan pausas constantes en el ritmo del recorrido. Hay pasos que frenan su marcha por unos segundos para atreverse a desnudar el alma por primera vez, para descubrir o reencontrar fragmentos de vida que rascan en lo más profundo del ser y confronta lo que ha sido el andar.
Temor al olvido
El anciano le pide que descansen un poco porque quiere sentarse en la arena para contemplar el mar. “Lo que tú digas, abuelo”, responde el nieto, un hombre atlético con acento argentino de aproximadamente 30 años. Ambos se sientan y el nieto abraza al abuelo como si no quisiera soltarlo nunca.
Conmovido, el anciano rompe en llanto recargándose en el hombro de su nieto. También hace estallar la garganta con una voz grave que suplica no olvidar el momento, que implora no olvidarlo. “Tengo miedo”, confiesa el abuelo. Sacudido por la reacción del anciano, el adonis argentino se incorpora para ponerse en cuclillas diciéndole que “para eso estamos aquí, para que no lo olvides jamás”.
Junto a ellos llega Mercedes, la abuela, con una bolsa del Oxxo que contiene refrescos de toronja y una cajetilla de cigarros. Acto seguido la anciana ayuda a su marido a incorporarse para meterse al mar. Los dos viejitos se adentran poco a poco con una inquietud infantil de jugar con olas suaves.
Mirándolos de pie, fumándose un cigarro, el nieto contiene las lágrimas por unos instantes. “¡La puta que me parió!”, expresa con el impulso de alguien que necesita quebrarse. Dos chicas en bikini, de apariencia europea, le coquetean, no obstante él las ignora. Mientras que los abuelos se divierten como si fueran niños en un chapoteadero, él le pregunta a un extraño que tiene junto a él si es malo llorar.
-No, no lo es. Es por tu abuelo, ¿verdad?
-El viejo es mi vida. No estoy preparado para lo que viene.
Permiso para llorar
Max ha rebasado los 60 años de edad. Está casado con Mercedes, su segunda esposa. Enviudó hace 15 años, pero hace cinco volvió a creer en el amor y contrajo nupcias con una mujer siete años menor que él. Ambos viven en Buenos Aires acompañados de Tigre, su perro.
Desde hace 10 años no veía a su nieto, al único que tiene, y que se llama igual que él. La última vez que convivieron fue en la pequeña cena de despedida para el pequeño Max, quien se marchó a México con sus padres para comenzar una nueva vida. En territorio mexicano, el pequeño Max padeció la novedad que fue la separación de sus progenitores, a quienes ha visto de forma esporádica desde que se divorciaron.
En el pasado reciente el pequeño Max supo dos secretos de su abuelo, dos secretos que están cambiándole la vida. El primero tiene que ver con el apoyo económico que ha recibido en épocas difíciles durante su estancia en México. Siempre creyó que fueron sus padres quienes le depositaban dinero, pero en realidad ha sido el abuelo, “un viejo que labura como taxista y me ha dado lo que tiene”. Habla con tono de arrepentimiento por gastarse muchos de los billetes en “querer ser lo que uno no es”, lo hace tocándose la barbilla dando a entender cirugía, aparte de simular estar borracho para referirse a su gusto por el alcohol.
Pero nada le duele más que el presente y futuro inmediato del abuelo. Fue a través de Mercedes, y no de sus papás, que se enteró acerca de los principios de Alzheimer que aquejan al anciano. Un secreto que Mercedes no le iba a ocultar debido a la importancia del suceso.
-Está perdiendo la memoria, la va a perder por completo. ¡Qué hija de puta es la vida!
-¿Y qué piensas hacer?
-No lo sé. Estoy pensando en regresar a Buenos Aires.
Mercedes y el pequeño Max cumplen a cabalidad sus promesas: ella la de integrarse con el nieto para que disfruten en familia lo más que se pueda antes de que pierda por completo la memoria, y él la de traerlo a México para conocer el mar que veía en fotos.
-Las noches son más largas, duran una eternidad. Cuesta dormir por pensar que un día no recordará nada, no sabrá ni quién es. Hace una semana no reconoció a Mercedes, y no quiero que eso pase conmigo. Pero pasará.
-Míralo, está contento.
-Y de eso se trata. ¿Sabes qué duele, loco?
-No, ¿qué?
-Que el mundo sea tan mierda como para pedir permiso para llorar. ¿Puedo?
-Claro.
Pasos inolvidables
Mercedes y Max vuelven a la arena para sentarse y fumar un cigarro. Ella le pide al nieto que por favor busque una canción en el yutú de su teléfono. Comienza a escucharse la voz de Ornella Vanoni cantando L’Apputamento. Con un italiano apenas entendible, los tres se suman a la voz de la cantante. Es una letra significativa para el anciano porque marcó su encuentro con Mercedes, aparte de que le sirve para presumir su ascendencia napolitana.
“Tampoco quiero olvidar la canción”, dice el abuelo. “Te prometo que no la olvidarás”, le contesta el nieto. Mercedes se pone de pie recordándoles que es momento de ir a nadar con las tortugas en Akumal.
Así, el anciano se marcha a nadar con las tortugas guiado y acompañado por dos cómplices dedicados a que dé pasos inolvidables mientras la memoria sea complaciente.
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