viernes, 14 de octubre de 2016

La chica que no sabía fumar


Es medianoche.
Carga una maleta y un bolso. Viste con atuendo de azafata. Trae el cabello enrollado en chongo.  Su rostro desmaquillado y tenso evidencia angustia.
— ¿Tienes habitaciones disponibles?
Qué raro. En general lo primero que quiere saber la gente es el costo de la habitación. “Sí, sí hay”. De su bolso saca un fino monedero.
— ¿Se puede pagar con tarjeta?
No ha cuestionado el precio y tiene premura por pagar para hospedarse lo más pronto posible. “Sí, sí se puede”. Mientras efectúo el cobro, la chica solicita de la manera más atenta que si alguien de cierta aerolínea mexicana llegara a buscarla, o preguntar por ella, la neguemos.
— Juro que no soy asesina o delincuente. Cosas de la vida, no quiero que nadie me moleste.
Pese a la preocupación que trae encima, se da unos segundos para bromear. Total, pagada la noche es instalada en su habitación. Una nueva duda asalta su carácter nervioso.
— ¿Se puede fumar?
“Sí, sí se puede”. Al poco rato aparece recién bañada en la recepción. Vestida con indumentaria deportiva que descubre una figura que cautiva y refleja ejercicio, con cabello suelto, tímida en un tono apenado, pide que le ayude con un “problemita”.
El problemita es que no sabe encender un cigarro: es la primera vez que intenta fumar. Le digo que con gusto la apoyo en su propósito, sin embargo le explico que hace algunos meses me retiré como fumador, por lo que no deseo sentir otra vez el tabaco entre mis labios.
— Perdón, soy una tonta.
Sin recurrir a la palabrería de que el cigarro mata, de que el cáncer es condena, me atrevo a preguntarle por qué lo hace. Inquietud que por supuesto está ligada a su conducta de corte fugitivo.
— Me siento muy mal, no sé cómo manejarlo. He visto que muchos fuman, así que creí que eso serviría.
Salimos de la recepción para dirigirnos al área de alberca. En el trayecto, de forma abrupta e inesperada, comparte la pena que vino cargando durante varias calles hasta topar con el hotel, un hotel que ha elegido porque se lo recomendaron y porque le dijeron que era un gran lugar para estar tranquila, además de que a nadie se le ocurriría encontrarla aquí. Culpa, remordimiento y un fuerte dolor en el pecho la tienen presa en la mortificación; un capitán que, por lo que ella muestra en su móvil, no cesa de mandarle mensajes suplicándole que no comente nada con nadie para evitarle un conflicto marital. Mi esposa y mi bebé son todo para mí, sé discreta, reza uno de los textos.
— En casa tengo a alguien que me espera, alguien a quien amo, y eso es lo que me atormenta. Dime con qué cara lo voy a veeeeer. ¿Me vas a juzgar de algo?
— No, no soy juez. Lo cierto es que no sabes encender un cigarro.
— Y no lo haré.
Allí está ella, esperando sentada frente a la alberca el amanecer, acompañada de una cajetilla con cigarros intactos, tratando de ahogar con el pensamiento su pena en el agua de una piscina. Es la típica noche en que todo ser humano más necesita de dormir a la brevedad, pero menos sueño tiene. Es una de las noches en que el destino juega su travesura de lanzar un albur para ofrecernos diversos caminos.
Decidí no fumar.
Ella iba a decidir su suerte en el siguiente vuelo.
@jeryfletcher

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