Bañada en sudor ingresa a la recepción. Lo primero que hace es servirse un café para regular la temperatura. Ha regresado de Tulum, lugar que le pareció fascinante, así me lo hace saber mientras saca de su enorme mochila negra una de sus dos cámaras fotográficas para mostrarme imágenes que capturó en la zona arqueológica.
Posee rasgos similares a los de la Mala Rodríguez, una mujer de belleza física que enamora mezclada con personalidad que impone. Nervioso por tener a una amazona como ella junto a mí, amazona contenta por su viaje y respirando en mi oído, me calmo poco a poco con sus fotos. El material evidencia que no se trata de una turista cualquiera; encuadres, nitidez, enfoques en elementos precisos (como sonrisas), sensaciones visuales (expresiones en rostros), dan a entender que se trata de una fotógrafa profesional.
Noto un detalle especial en sus imágenes, se lo digo: “Te laten mucho los viejitos, los abuelitos, ¿verdad?”. De forma abrupta, me quita la cámara. Enojada, sin decir una sola palabra, carga de mala gana su mochila, deja su café en la mesa y se va a su habitación.
¿La ofendí como para que se pusiera así? ¿Dije algo grave? No, no lo creo. Sus motivos ha de tener.
Los motivos
Quiere ofrecerme una disculpa por el exabrupto de hace unas horas. Uno de mis compañeros le comentó cuál era mi horario de salida, además de informarle que un “reportero retirado, un escritor” trabajaba en el hotel como recepcionista, así que ella fue a leer mi blog para saber quién era el tipo que le hizo reaccionar con el comentario sobre los viejitos.
Nos dirigimos hacia la Quinta Avenida, sitio escogido por ella para ir a un bar de su agrado, Fah. Con autoridad, dominadora del instante, pide dos cervezas. Del bolso saca su Iphone y unos audífonos. Quiere que escuche una canción, que la escuche completa para poder ahondar en el motivo que nos tiene aquí sentados. Hace sonar el aparato e identifico de inmediato la rola, Deja de llorar chiquilla, del grupo Los Terrícolas. Río diciéndole que es de la época de mis papás. Sonríe también.
-Bueno, ya escuchaste la canción. Vine a Playa del Carmen para escapar de mi realidad, de mi dolor, pero veo que sigo presa en él. No sé qué hago aquí contigo, pero es probable que te interese mi historia. Hagamos un trato: te la cuento, tú la escribes. Será un desahogo para mí.
-Tú dirás.
-¡Salud!
Chocamos los tarros en señal de gusto por toparnos. Al mismo tiempo, ella canta deja de llorar chiquilla…
Deja de llorar chiquilla
De padre argentino y madre venezolana, la cazadora de imágenes quedó al cuidado de sus abuelos maternos en Maracaibo desde los dos años de edad. Jamás volvió a saber de sus progenitores, muchachos que perdieron la vida en un accidente automovilístico. Toda vez que transcurrió el tiempo, con temporadas en Argentina y Venezuela, ella creció absorbiendo costumbres de sus abuelos paternos en Jujuy y abuelos maternos en Maracaibo.
Su persona favorita, así la llama, fue su abuelo José, el hombre al que le agradece haberse convertido en fotógrafa.
-El sueño de mi abuelo era ser cazador. En casa tenía solamente miras telescópicas porque, según él, así se entrenaría para cazar venados, linces, osos, y lo que se le ocurriera en cualquier parte del mundo. Soñaba con ser millonario y retirarse para ser cazador. Nunca me puso un rifle en las manos, pero sí las miras telescópicas. Crecí viendo eso: cuatro rayas que delimitan un objetivo. Sin saberlo, mi abuelo educó mis ojos. De allí nació mi amor por la fotografía.
Todo cambió en la vida de ambos con la muerte de Alicia, la abuela. A partir del entierro del amor de su vida, el abuelo José perdió la cordura. Enloqueció. Se anidó en la demencia senil. No volvió a ser el mismo, no volvió a sonreír. Se convirtió en una piedra que a lo mucho tarareaba la canción de Los Terricolas, o repetía la línea deja de llorar chiquilla. La cazadora de imágenes, apoyada por sus abuelos de Jujuy, cuidó del hombre que soñaba con ser cazador. Y lo hizo hasta que el corazón del viejo ya no pudo más.
-Para mí fue una farsa con tal de proteger su dolor. Para mí se hizo pasar por loco, por un anciano fuera de órbita con tal de recluir su mortificación. Sentado frente a la ventana se la pasó apuntando un rifle imaginario, no hacía otra cosa. Allí se quedaba sentado apuntándole al árbol del jardín tarareando la canción. Cuando me iba a trabajar por un par de horas, le dejaba únicamente una toalla en su mesa. Cuando regresaba del trabajo, la toalla estaba ligeramente mojada. Mi abuelo lloraba cuando estaba a solas. Quería matar la vida que le quedó.
Al abuelo José lo despidió hace dos años, pero aún le pesa. Ya sin nadie amado en Maracaibo, Jujuy es su próximo destino. Allá la esperan sus otros abuelos y alguien más, su pareja.
Suena su telefóno.
Deja de llorar
Antes de arribar a Playa del Carmen acudió a una clínica en Buenos Aires para hacerse unos estudios porque se sentía mal. Amiga suya, la doctora encargada de darle el resultado ha decidido molestarla en sus vacaciones debido a la urgencia del caso.
-¿Estás sola?
-No, estoy con un reportero mexicano.
-Vale. Ya tengo los resultados.
-Andá, venga.
-¿Segura? Puede que eche a perder tu cita.
-Venga.
-¡Estás embarazada! Tenés dos meses de embarazo.
La cazadora de imágenes cuelga y avienta su aparato. Se mece los cabellos, exhala con faz atónita. Clientes del lugar voltean a vernos como si fuéramos una pareja en plena discusión. Hasta el mesero corre hacia nosotros para preguntarnos si todo está bien, a lo que respondo que sí.
Pagamos la cuenta. Quiere que vayamos hacia la playa, y hacia allá nos dirigimos. Ya no puede, ya no aguanta, la mujer se está rompiendo. Me abraza con fuerza inusitada, llora como si no lo hubiera hecho en años.
-¡Voy a ser mamá!
De su bolso enorme saca dos cámaras, una grande y una pequeña. A la grande le saca la memoria para tirarla a un bote de basura. Me entrega la chica pidiendo que retrate su felicidad.
-Vine a liberarme del dolor y mirá, liberado está. No más viejitos.
Llora y llora, pero llora como la mujer más feliz del mundo, como el ser humano más agradecido con el destino por darle la mejor noticia en años.
-Oye, ¿y el papá?
-Debe estar tomando el primer vuelo a México para venir a Playa del Carmen.
Aunque partiré muy lejos…
La chiquilla dejará de llorar como tal. Ahora llorará como una mujer entera, sin bronca con su recorrido. Junto al padre de su retoño cantará por puro relajo deja de llorar chiquilla, deja de llorar mi amor. Ambos, por no decir los tres, partirán.
Ella se despedirá apuntándome con una cámara fotográfica como si se tratara de un rifle con mira telescópica, el artefacto que la hizo lo que es. Antes de marcharse le preguntaré por qué escogió Playa del Carmen para su catarsis. "El papá de mi hijo, argentino él, estuvo por acá algunos meses y me dijo que es un precioso lugar para volver a empezar", me responderá.
Días después en mi teléfono entrará una llamada. Una voz femenina me invitará a que un día visite Jujuy, lugar donde resguardarán una historia que quieren cuente a su hijo. “Tú con la palabra escrita, yo con la imagen, pero contamos historias. Hoy cuenta la mía porque en un mañana yo contaré la tuya”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario