domingo, 30 de octubre de 2016

La misteriosa desaparición de Helena



Toco a la puerta. María me recibe diciéndome que no podremos ver películas en su casa. Propone que vayamos al cine, o a cualquier otro sitio. Está preocupada por su abuelo. Por primera vez le importa la senectud del papá de su papá, un anciano que vive con ellos desde que enviudó.
-¿Recuerdas que antes no hablaba nada? Ahora lleva tres días repitiendo el nombre de Helena a toda hora.
-¿Tu abuela?
-No, nadie en la familia se llama así. Vaya, ni siquiera tenemos alguna conocida con ese nombre.
-¿Y luego?
-Mis papás le preguntan quién es pero no responde nada, parece ido. Solamente repite el nombre y ya.
-¿No serán delirios de viejito?
-No lo creo. Van dos noches seguidas que me asomo a su recámara para ver si está dormido y le dice a la tal Helena que pronto irá a buscarla, que ya es momento. Algo me dice que…
Evita ahondar más en el tema y va por las llaves del coche. Mientras espero en la puerta, su abuelo voltea a verme desde la sala dándome lo que interpreto como una orden: “Vamos por Helena”.
Buenas noches, cariño
Cae un aguacero que asusta, que azota la tierra. Helena y Leonardo están todavía muy lejos del hotel, sin señal de vida a la redonda. La reja semiabierta de la parroquia del pueblo se agita con fuerza, como invitándolos a abrirla por completo para ingresar al templo.
-¡Mira! Desde aquí veo que la puerta de la iglesia está abierta. Vamos y esperamos adentro hasta que se calme la lluvia, o sea hasta que amanezca.
-Pero Helena…
-No seas miedoso, no pasa nada.
-Si el cura está despierto nos puede correr. Hasta nos puede acusar de rateros o algo por el estilo.
-No pasa nada. Vamos.
Abren la reja, corren hacia la puerta del templo y cruzan. La poca luz que emiten veladoras y cirios que permanecen encendidos sirven para que Helena no choque contra una mesa de madera que sostiene un relicario de cristal. Sirven para que Leonardo observe de reojo las imágenes religiosas que parecen guardianes de aspecto macabro.
-El aguacero va para largo, así que creo dormiremos aquí.
-¿Estás loca? Por nada nos dormimos aquí.
-Jajajajaja, tú y tus miedos. Chillón.
-Mira bien a los santos, nos están viendo. Además, ve tú a saber si abajo del templo hay un panteón o mazmorras con espíritus de gente asesinada hace siglos.
-Jajajajaja, el loco es otro. Las bancas son grandes, así que cabemos los dos en una.
Se sientan en una de las bancas cercanas a la puerta. Leonardo está muerto de miedo. Helena contempla la imagen de una virgen que ofrece ternura con el rostro, pero que llora sangre. Helena se recuesta colocando su cabeza en las piernas de Leonardo.
-Cariño, muero de sueño. Como sé que ya te sugestionaste, apuesto que no vas a dormir, así que cuídame de esa virgen que nos observa, no se le vaya a ocurrir que quiera que le limpie las lágrimas. Jajajajaja, buenas noches.
En un tris, Helena se duerme. Leonardo se obliga a pensar en un sinfín de cuestiones para distraer la mente de su sugestión. Elige pensar en el cuerpo de Helena cuando se bañan juntos, en los pendientes de trabajo, en el viaje sorpresa que le quiere regalar a Helena en su cumpleaños. Un ruido irrumpe su pensamiento.
Buscando a Helena
El cine ha quedado en el olvido. María y yo tratamos de descifrar lo que nos repite su abuelo. “Vamos por Helena”. “Templo”. “Pueblo”. “Santos”. Es imposible.
-Quizá tu abuelo quiere que vayamos a la iglesia para confesarse.
-Sería raro porque él no es creyente. Abuelo, ¿vamos a la iglesia? ¿Quieres ir?
El anciano asiente con la cabeza. Sin avisarle a los papás de María lo subimos al coche para ir a la parroquia más cercana, un templo modernista que tiene más pinta de inmueble para oficinas que de recinto religioso. Entramos y la catarsis se apodera del anciano: su faz avejentanda transforma las arrugas en rasgos de ira, pánico y culpabilidad. “Aquella noche en ese maldito pueblo perdí a Helena. Te perdí, Helena. Te arrancaron de mí. Prometí que te encontraría, lo haré”.
Ya no estamos junto a un anciano, sino con un hombre rejuvenecido que quiere encontrar al gran amor de su vida, a la mujer que encapsuló en su memoria hasta ahora que nos cuenta quién es ella y qué ocurrió aquella noche en el maldito pueblo. Sin pensarlo dos veces, los tres abordamos el coche para ir al pueblo.
Los ruidos extraños
Leonardo se niega a voltear. El ruido lo escucha cada vez más cerca, un ruido ligero y extraño, como si algo arrastrara una caja, como si alguien arrastrara un par de zapatos con suelas de cartón.
-¿Quién anda ahí? Quien quiera que sea, le juro que no somos ladrones de arte sacro. Nos metimos por el aguacero, nuestro hotel queda muy lejos. Estaremos aquí hasta que amanezca.
Nadie le responde. Helena está tan dormida que ni se inmuta con el temor oral de Leonardo. Por el contrario, el ruido se aproxima todavía más. Y lo que es peor: se duplica, se triplica.
-¿Quién es? Carajo, ¿quién es?
Para tranquilizarse, Leonardo pone a trabajar con angustia su mente creyendo que lo que escucha es producto de su sugestión. El ruido, los ruidos, han desaparecido.

Se mece los cabellos cuando siente que le tocan el hombro. No sabe si gritar o voltear. Opta por voltear. Uno de los guardianes macabros ha dejado de ser estático; el santo pronuncia “Leonardo”. ¿La imagen religiosa cobró vida y se bajó del pedestal? Sí, lo hizo. Y Leonardo no sabe si gritar, suplicar un infarto o echarse a correr. Opta por correr.
-¡Helena!
Se acuerda de Helena ya que ha corrido hasta la reja principal de la parroquia. Regresa por ella adentrándose en un templo carente de imágenes religiosas. Ninguna está en su pedestal, incluyendo a la virgen. Helena tampoco está en la banca donde se quedó dormida.
Camino al maldito pueblo
La busqué por toda la parroquia sin encontrarla. Desperté al cura que estaba dormido en una habitación contigua al atrio. Le conté lo que pasó, entramos al templo y las imágenes estaban ahí, pero Helena no. El cura y las autoridades del pueblo me tildaron de loco cuando reporté su desaparición. Los padres de Helena también me consideraron fuera de mis cabales y tuve que salir huyendo de la ciudad para que no me metieran a la cárcel o me encerraran en un manicomio. Nadie me creyó pese a ser real que Helena había desaparecido. Algo me dice que sigue ahí, en ese maldito pueblo. Así sea cadáver, la voy a encontrar.
El hallazgo de Helena
Estamos en el templo del maldito pueblo. El abuelo de María ya no tiene el miedo que lo sacudió siendo joven aquella noche, sin embargo, nosotros sí. Es de noche, cae un aguacero y unas cuantas veladoras encendidas iluminan el lugar. Nos sentimos rodeados y observados por los guardianes macabros y estáticos desgastados por el tiempo.
-Fue en esta banca.
El anciano se sienta. Revive, recrea lo sucedido aquella noche en aras de que el recuerdo le brinde pistas para dar con el paradero de Helena. Vuelve a tenerla dormida entre sus piernas, vuelve a escuchar el ruido, vuelve a sentir la manita que lo tomó del hombro, vuelve a observar y escuchar la imagen religiosa que pronunció su nombre. Nada nuevo. Se incorpora de la banca para reinventar con paso lento la carrera que pegó con el susto.
Un momento. Se había olvidado del primer detalle en la cadena del miedo: la virgen que contempló Helena. Regresa a la banca, se sienta y voltea hacia la virgen que miró Helena esa noche.
-¡Helena!
Allí sigue la virgen, o mejor dicho Helena, con un rostro que ofrece ternura y llora sangre. Allí, en su pedestal, se halla la desaparecida convertida en una imagen religiosa. Allí, una mujer-estatua que derrama frescas lágrimas rojas.
No sabemos qué hacer los tres. ¿Correr, gritar o suplicar un infarto? El hallazgo de Helena nos aterra a María y a mí, no así a su abuelo, quien sí coincide en nuestro horror cuando vemos que los guardianes macabros y estáticos ya no están en sus pedestales.
Escuchamos ruidos, ruidos extraños y ligeros. María y yo optamos por correr. El abuelo se queda frente a la virgen.
Nadie nos creerá sobre la desaparición de su abuelo.

jueves, 27 de octubre de 2016

Total, toda la culpa es mía





Alguien le metió la idea de que vine a quitarle el trabajo, de que la van a despedir para dejarme su lugar. Convencida de que es cierto, sugestionándose al grado de considerar que soy un tipo que muere por culminar el resto de sus días como recepcionista de hotel, ha decidido tratarme como si fuera su peor enemigo. 

Pese a que otro compañero le explicó que estaré como apoyo únicamente durante temporada alta, ella jura y perjura hacia sus adentros que mi objetivo es tumbarle el puesto en la recepción. Nada ni nadie la saca de su creencia, así que desde el primer día hace notar que no soy bienvenido. Dándole lo mismo si hay huéspedes por atender, me grita frente a turistas extranjeros para precisar que las tazas en la mesa del café “deben ser muchas y no pocas”, así haya muchas. Como la ignoro, más se enoja. Hace gestos de malestar, gruñe. Tan molesta está que hasta amenaza con decirle a la jefa que “había pocas tazas y no muchas”. 

La pareja argentina que ha atestiguado la escena opta por guardar silencio y retirarse con discreción. En una de esas también les toca regaño.


Todo es mi culpa 

Haga lo que haga, o incluso lo que no haga, le parece mal. Si respiro, mal. Si tomo agua, mal. Que si voy al baño, me cuenta las veces que voy al baño. Que si bebo café, me cuenta las tazas que tomo. Peor aún, si algo malo acontece en el mundo o en su vida diaria, el culpable soy yo.  

— Aggrrrrrrr, la lluviaaaaaaaa. 

Estalla con coraje hacia mi persona porque empieza a llover. Tenía planes, pero resulta que se los eché a perder porque llueve por mi culpa. Sin darse cuenta, lo único que logra es fomentar la broma colectiva; personal y huéspedes hasta se mofan de su actitud hacia mí: "¡El dólar subió por tu culpa, Leo!". 

Me acusa y reporta por todo. Critica y cuestiona lo que haga o deje de hacer. Desea sacarme de quicio, busca la confrontación, quiere hacerme explotar. Creativa, eso sí, se las ingenia para detectar detalles de suma intrascendencia para luego darles valor de “problemas graves” aunque no lo sean. 

—Enferma vine a trabajar, y él por allá aprovechando su descanso en lugar de cubrirme. 

Claro, según su visión, es terrible que descanse en mi día de asueto. “Falta de compañerismo”, le llama ella. Aparte hay que agregar que se enfermó por mi culpa. Todo lo malo es mi culpa. 

Tras confirmar que nomás no cedo a su furia, además de mostrar signos de agotamiento en su propósito de despreciarme, ya cansada, recurre a lo poco que le queda de gas para ver si logra hacerme desatinar un poquito. 

—El café que preparas es horrible, una porquería. 

Aunque no lo haya preparado yo, soy el causante del mal sabor. Me aguanto la risa, y a la vez me sorprende que siga empecinada en tratarme mal cuando ya falta poco para culminar con mi periodo como recepcionista. 

Cansancio de la ira 

Ya no pudo más, ha dado lo mejor de sí.  Sus esfuerzos por intentar desquitar conmigo sus temores a perder el empleo la han agotado. Se rinde al grado de que ya no le perturba el hecho de que charle con los huéspedes, algo que le irrita sobremanera porque quién soy yo como para ponderar el trato con la gente por encima del orden impecable en la mesa del café. 

Considera que es momento propicio de tomar vacaciones, de relajarse. Solicita los días que por derecho le corresponden.  Se me pregunta si puedo cubrirla, lo que implica prolongar por dos semanas mi adiós al hotel. Acepto, digo que sí. Cuando ella regrese, ya no estaré ahí. Dejaré de ser el recepcionista temporal y ella continuará con trabajo. También puedo asegurar que pegará tremenda rabieta cuando vea que en la mesa del café en recepción hay pocas tazas, no muchas, pese a que haya muchas. “Agrrrrrr, las tazaaaaaas”, ya la oigo.

Embajadores por la justicia climática viajarán a Alemania

Embajadores por la Justicia Climática

El cambio climático es una realidad que azota a todo el planeta, y sus efectos son notorios día tras día. Desafortunadamente no todos los gobiernos han volteado a esta problemática que consume poco a poco el lugar donde los seres vivos habitamos.

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Debido a esta situación, varias han sido las acciones que desde hace ya varios años se han emprendido por parte de asociaciones civiles y organizaciones sin fines de lucro que se preocupan por el mejoramiento ambiental, el correcto tratamiento de los residuos sólidos y la utilización de energías limpias y renovables.

Plant for the Planet México se ha mantenido a lo largo de los años como un fuerte y principal promotor de la reforestación y el uso adecuado, constante y total de las energías limpias, como la solar y la eólica.



Por ello, estarán viajando este próximo viernes 29 de octubre del presente año, a Augsburgo, Alemania para participar en la Cumbre Mundial juvenil a presentar seis propuestas que elaboró el Instituto Politécnico Nacional de energías renovables y que los jóvenes mexicanos le estarán dando voz.

Para el intercambio de ideas sobre los diferentes tipos de energía en pro del medio ambiente, César Emanuel García Carrillo (representante de América en el Comité Global Infantil), Estrella Pacheco (Embajador por la Justicia Climática), Susete Palomares (Embajador por la Justicia Climática), Linber Martín Ballote (Embajador por la Justicia Climática), César Gálvez (Embajador por la Justicia Climática), Carolina Castellanos (Embajador por la Justicia Climática), Lucas Hernández (Embajador por la Justicia Climática) y Paulina Sánchez (Embajador por la Justicia Climática) serán los encargados de expresar las diferentes acciones que en México se están empleando para el mejoramiento, utilización y beneficio para ayudar al medio ambiente.

Acompañados de César García, coordinador general, y Raúl Negrete, presidente de Plant for the Planet México, buscarán adquirir más conocimiento en las técnicas más innovadoras en el tratamiento de residuos sólidos, el empleo y abaratamiento de las energías solar y eólica, para aplicarlos, primeramente en Playa del Carmen, Solidaridad, Riviera Maya y todo el Estado de Quintana Roo, para, posteriormente, llevar su aprendizaje a todo el país. 


Gustavo Maldonado, Ecomán, Carlos Toledano y Linber Martín Ballote

En la conferencia de prensa estuvieron presentes el cuarto regidor de Solidaridad, Gustavo Maldonado, quien expresó que en México se tiene un atraso de más de 30 años en la tecnología para el tratamiento de los residuos, y conminó al diputado de la 15º legislatura, Carlos Toledo, a que ponga el tema de la energía limpia y el tratamiento profesional en la mesa de la cámara baja para su discusión, y que se busquen soluciones reales a la problemática.

Ante este planteamiento, Caros Toledo se comprometió ante los jóvenes que estarán viajando a Alemania, a proponer la temática en el parlamento y darle seguimiento a las acciones que Plant for the Planet México ha llevado y seguirá llevando a cabo en pro del medio ambiente.

Plant for the Planet México ha restaurado parques en Solidaridad, y desea continuar con su loable acción para tener un mejor lugar para vivir, para todos.



Ecomán 

Ecoman, el luchador por el medio ambiente dejó en claro que las acciones que se lleven a cabo ahora para ayudar y mejorar a tener un mejor espacio para habitar, son importantes para llevarse a cabo todos los días, y luchar contra los “malechores" del medio ambiente es una ardua tarea que lleva mucho tiempo y esfuerzo, pero que los beneficios y las recompensas son muy gratas. 
Susete Palomares, Ing. Marciano Toledano Sánchez y Emanuel García

Susete Palomares, Ing. Marciano Toledano y Emanuel García

Para desearle surte a los chicos que viajarán al viejo continente para participar en la cumbre Mundial Juvenil, el Ing. Marciano Toledo Sánchez, fundador del municipio de Solidaridad. fue claro en asegurar que toda actividad en pro del ecosistema, será siempre bienvenida y apreciada por los habitantes de Solidaridad, de México y del mundo.

Para mantenerse informados sobre lo que hace Plant for the Planet México, utiliza el #yoamoMéxico y #échalelamanoalatierra.



Finalizando con la ‘ecoseñal’ y el lema: “quiere, cuida y respeta el medio ambiente” por parte de Ecomán, dio por concluida la conferencia de prensa.

lunes, 24 de octubre de 2016

Galeano y una calma en la tempestad


En charlas playenses suelen aflorar nostalgias al compás de unas copas. El momento se convierte en la gran oportunidad para poder compartir pasajes o anécdotas que por alguna extraña razón guardamos o evitamos con nuestros seres queridos. Quizá, simplemente quizá porque creíamos que se olvidarían con el tiempo. No fue así.
Aquí mi turno en la conversación.
Galeano y una calma en la tempestad
Me despierta un ligero movimiento en mi hombro acompañado de una voz que pronuncia “joven, joven”. Con el cuerpo adolorido por dormir descompuesto en las incómodas sillas del hospital, me incorporo para preguntar qué pasó, qué ocurre ahora. En los últimos días, cada vez que alguien se aproxima a mi persona, fluyen puras malas noticias. Desde el parte médico que aborda cómo se estanca el deceso anticipado de papá cada 24 horas hasta los corteses avisos sobre la aproximación de fechas de pago, todo lo que escucho es caos para mis oídos, para mis entrañas.
-No se asuste. Perdone si me atreví a despertarlo, pero aquí le traje esto.
Es el mesero de la cafetería que se encuentra al interior del hospital. Hace algunas semanas todavía me atendía en las mesas, todavía podía darme el “lujo” de ser su cliente pidiéndole café y pan. Me entrega una bolsa, lo hace sonriéndome. Les hablo de una sonrisa genuina, la sonrisa de un hombre que se siente bien por saber dar. Mayor aún cuando lo ha pagado de su bolsillo.
-No es mucho, pero al menos sirve para calmar el hambre. Buen día.
Antes de comenzar sus labores vino para dejarme una bolsa en la que encuentro un café, una dona y un sándwich. Atónito, con las piernas temblorosas por culpa de calambres, me dirijo hacia él. Ingreso a la cafetería para preguntarle con pena, sí, con pena, con la pena de alguien que no sabe recibir, “por qué lo hace”.
-Porque tienes hambre-, responde contundente.
Comienza a describirme cómo he sido en las últimas semanas, cómo ha sido el desasosiego transparente. Narra lo que sus ojos han observado en torno a la situación de papá y mi andar ante las circunstancias, ante la tormenta de una enfermedad y una vida llena de historias inconclusas como ocurre con el viejo. Cada palabra que expresa es una daga para mí, una afrenta para la muralla en que me he convertido. En el fondo, muy en el fondo, agradezco que, sin él saberlo, me haga valorar que no todo es tempestad. Invita a que me quede en la cafetería para disfrutar sándwich, café y dona en lo que llega mamá para relevarme en la guardia.
Me percato que en su delantal esconde un libro, 20 poemas de amor y una canción desesperada. Por un instante me olvido de mi mundo para adentrarme en el de él. Lee a Neruda porque se lo recomendaron, porque le dijeron que era digerible,“bien padre”. Admite que la poesía no le gusta mucho, que en sí leer es un hábito que le llega a dar pereza, sin embargo se esfuerza en disciplinarse. Poco a poco le agarra el gusto.
-Mi esposa y yo vamos a ser papás. No quiero que mi hijo tenga un papá que no sepa leer.
-¿Va aprendiendo a leer?
-Leer ya sabía, pero jamás fui de agarrar libros. Lo hago ahorita porque le leo a mi esposa y a su panza, al bebé pues.
-¿Le gusta el futbol?
-Sí, bastante. ¿Por qué?
Saco de mi mochila el libro Futbol. A sol y sombra, de Eduardo Galeano. Se lo doy.
-Es suyo.
-¡No, cómo cree! Lo del café lo hice por gusto…
-También lo hago por gusto.
-¡Está bien padre! Llegando a casa se lo leo a la panza.
Mamá ha llegado, tengo que irme. Mi viejo, quien se encuentra en estado de coma desde hace meses, ya no escuchará los relatos de Galeano. Muy de acuerdo estaría en que mejor sean leídos para alguien que viene en camino y no para alguien que va de salida, pero sobre todo que sean leídos por alguien que disfruta lo que lee.
Me despido del mesero agradeciéndole lo que ha hecho por mí. Me despido asomándome a la calma en plena tempestad.
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Chichen Itzá, energía que recorre las venas



La magia se empieza a sentir kilómetros antes de llegar al estacionamiento de la zona arqueológica de Chichen Itzá. El oculto poder que se percibe recorrer por las venas genera emoción, pasión, y dibuja una gran sonrisa en el rostro de quien lo visita.

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- Is this your first time here?
- Yes, and it's lovely

 Esas fueron las primeras palabras que dijeron una pareja de ingleses que no paraban de sonreír en cada paso que daban desde su llegada a la espectacular zona arqueológica. Les faltaban las palabras para describir la magnitud de toda la belleza ancestral que ante sus ojos se presentaba.



 El camino guiado nos llevaba al lugar sagrado donde Kukulcán (Mayas) o Quetzalcoatl (para los Aztecas) desciende para dejar en claro que es el momento indicado para empezar la cosecha, y donde meses después vuelve a subir para dejarnos claro que ha llegado el momento preciso para recolectar lo sembrado.

 Las expresiones de asombro son la gran constante al escuchar la precisión absoluta que la cultura maya tenía sobre la astrología. Su inspiración en el cielo y las estrellas les llevó a crear una cultura única, mágica y con gran aporte a la sociedad, que a la fecha se mantiene.



Un legado que no sólo se ha convertido patrimonio de México, sino de todo el mundo y que llena de energía con su magnificencia. Recorrer y conocer cada rincón de Chichen Itzá eleva los sentidos al extremo; estar frente a los vestigios de la cultura Maya enarbola los sentidos, los maximiza y hace resaltar el orgullo de ser parte de esa cultura.

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Desafortunadamente no todo es bello, los negocios que abundan desde la entrada y que uno se encuentra en cada pasillo, con 'artesanías' o recuerdos del lugar, le colocan la parte más desagradable de la visita. Las autoridades deberían prohibir ese mercado que se convierte en una cicatriz de tan bello lugar.

jueves, 20 de octubre de 2016

Deja de llorar chiquilla




Bañada en sudor ingresa a la recepción. Lo primero que hace es servirse un café para regular la temperatura. Ha regresado de Tulum, lugar que le pareció fascinante, así me lo hace saber mientras saca de su enorme mochila negra una de sus dos cámaras fotográficas para mostrarme imágenes que capturó en la zona arqueológica.

Posee rasgos similares a los de la Mala Rodríguez, una mujer de belleza física que enamora mezclada con personalidad que impone. Nervioso por tener a una amazona como ella junto a mí, amazona contenta por su viaje y respirando en mi oído, me calmo poco a poco con sus fotos. El material evidencia que no se trata de una turista cualquiera; encuadres, nitidez, enfoques en elementos precisos (como sonrisas), sensaciones visuales (expresiones en rostros), dan a entender que se trata de una fotógrafa profesional.

Noto un detalle especial en sus imágenes, se lo digo: “Te laten mucho los viejitos, los abuelitos, ¿verdad?”. De forma abrupta, me quita la cámara. Enojada, sin decir una sola palabra, carga de mala gana su mochila, deja su café en la mesa y se va a su habitación. 

¿La ofendí como para que se pusiera así? ¿Dije algo grave? No, no lo creo. Sus motivos ha de tener.


Los motivos

Salgo de trabajar, he cumplido con mi turno. Camino hacia la esquina donde suelo abordar el colectivo que me lleva a casa y escucho que gritan mi nombre: es la amazona cazadora de imágenes. Recién bañada, perfumada con aroma a coco, cargando un bolso coqueto pero grande, enfundada en vestido corto de usanza playense y sandalias, pregunta si no tengo inconveniente en aceptarle una cerveza. 

Quiere ofrecerme una disculpa por el exabrupto de hace unas horas. Uno de mis compañeros le comentó cuál era mi horario de salida, además de informarle que un “reportero retirado, un escritor” trabajaba en el hotel como recepcionista, así que ella fue a leer mi blog para saber quién era el tipo que le hizo reaccionar con el comentario sobre los viejitos. 

Nos dirigimos hacia la Quinta Avenida, sitio escogido por ella para ir a un bar de su agrado, Fah. Con autoridad, dominadora del instante, pide dos cervezas. Del bolso saca su Iphone y unos audífonos. Quiere que escuche una canción, que la escuche completa para poder ahondar en el motivo que nos tiene aquí sentados. Hace sonar el aparato e identifico de inmediato la rola, Deja de llorar chiquilla, del grupo Los Terrícolas. Río diciéndole que es de la época de mis papás. Sonríe también. 

-Bueno, ya escuchaste la canción. Vine a Playa del Carmen para escapar de mi realidad, de mi dolor, pero veo que sigo presa en él. No sé qué hago aquí contigo, pero es probable que te interese mi historia. Hagamos un trato: te la cuento, tú la escribes. Será un desahogo para mí.

-Tú dirás.

-¡Salud!

Chocamos los tarros en señal de gusto por toparnos. Al mismo tiempo, ella canta deja de llorar chiquilla


Deja de llorar chiquilla

De padre argentino y madre venezolana, la cazadora de imágenes quedó al cuidado de sus abuelos maternos en Maracaibo desde los dos años de edad. Jamás volvió a saber de sus progenitores, muchachos que perdieron la vida en un accidente automovilístico. Toda vez que transcurrió el tiempo, con temporadas en Argentina y Venezuela, ella creció absorbiendo costumbres de sus abuelos paternos en Jujuy y abuelos maternos en Maracaibo. 

Su persona favorita, así la llama, fue su abuelo José, el hombre al que le agradece haberse convertido en fotógrafa. 

-El sueño de mi abuelo era ser cazador. En casa tenía solamente miras telescópicas porque, según él, así se entrenaría para cazar venados, linces, osos, y lo que se le ocurriera en cualquier parte del mundo. Soñaba con ser millonario y retirarse para ser cazador. Nunca me puso un rifle en las manos, pero sí las miras telescópicas. Crecí viendo eso: cuatro rayas que delimitan un objetivo. Sin saberlo, mi abuelo educó mis ojos. De allí nació mi amor por la fotografía.

Todo cambió en la vida de ambos con la muerte de Alicia, la abuela. A partir del entierro del amor de su vida, el abuelo José perdió la cordura. Enloqueció. Se anidó en la demencia senil. No volvió a ser el mismo, no volvió a sonreír. Se convirtió en una piedra que a lo mucho tarareaba la canción de Los Terricolas, o repetía la línea deja de llorar chiquilla. La cazadora de imágenes, apoyada por sus abuelos de Jujuy, cuidó del hombre que soñaba con ser cazador. Y lo hizo hasta que el corazón del viejo ya no pudo más.

-Para mí fue una farsa con tal de proteger su dolor. Para mí se hizo pasar por loco, por un anciano fuera de órbita con tal de recluir su mortificación. Sentado frente a la ventana se la pasó apuntando un rifle imaginario, no hacía otra cosa. Allí se quedaba sentado apuntándole al árbol del jardín tarareando la canción. Cuando me iba a trabajar por un par de horas, le dejaba únicamente una toalla en su mesa. Cuando regresaba del trabajo, la toalla estaba ligeramente mojada. Mi abuelo lloraba cuando estaba a solas. Quería matar la vida que le quedó.

Al abuelo José lo despidió hace dos años, pero aún le pesa. Ya sin nadie amado en Maracaibo, Jujuy es su próximo destino. Allá la esperan sus otros abuelos y alguien más, su pareja.

Suena su telefóno.


Deja de llorar

Antes de arribar a Playa del Carmen acudió a una clínica en Buenos Aires para hacerse unos estudios porque se sentía mal. Amiga suya, la doctora encargada de darle el resultado ha decidido molestarla en sus vacaciones debido a la urgencia del caso.

-¿Estás sola?

-No, estoy con un reportero mexicano.

-Vale. Ya tengo los resultados.

-Andá, venga.

-¿Segura? Puede que eche a perder tu cita.

-Venga.

-¡Estás embarazada! Tenés dos meses de embarazo.

La cazadora de imágenes cuelga y avienta su aparato. Se mece los cabellos, exhala con faz atónita. Clientes del lugar voltean a vernos como si fuéramos una pareja en plena discusión. Hasta el mesero corre hacia nosotros para preguntarnos si todo está bien, a lo que respondo que sí.

Pagamos la cuenta. Quiere que vayamos hacia la playa, y hacia allá nos dirigimos. Ya no puede, ya no aguanta, la mujer se está rompiendo. Me abraza con fuerza inusitada, llora como si no lo hubiera hecho en años.

-¡Voy a ser mamá!

De su bolso enorme saca dos cámaras, una grande y una pequeña. A la grande le saca la memoria para tirarla a un bote de basura. Me entrega la chica pidiendo que retrate su felicidad.

-Vine a liberarme del dolor y mirá, liberado está. No más viejitos.

Llora y llora, pero llora como la mujer más feliz del mundo, como el ser humano más agradecido con el destino por darle la mejor noticia en años.

-Oye, ¿y el papá?

-Debe estar tomando el primer vuelo a México para venir a Playa del Carmen. 


Aunque partiré muy lejos…

La chiquilla dejará de llorar como tal. Ahora llorará como una mujer entera, sin bronca con su recorrido. Junto al padre de su retoño cantará por puro relajo deja de llorar chiquilla, deja de llorar mi amor. Ambos, por no decir los tres, partirán.

Ella se despedirá apuntándome con una cámara fotográfica como si se tratara de un rifle con mira telescópica, el artefacto que la hizo lo que es. Antes de marcharse le preguntaré por qué escogió Playa del Carmen para su catarsis. "El papá de mi hijo, argentino él, estuvo por acá algunos meses y me dijo que es un precioso lugar para volver a empezar", me responderá.

Días después en mi teléfono entrará una llamada. Una voz femenina me invitará a que un día visite Jujuy, lugar donde resguardarán una historia que quieren cuente a su hijo. “Tú con la palabra escrita, yo con la imagen, pero contamos historias. Hoy cuenta la mía porque en un mañana yo contaré la tuya”.


viernes, 14 de octubre de 2016

La chica que no sabía fumar


Es medianoche.
Carga una maleta y un bolso. Viste con atuendo de azafata. Trae el cabello enrollado en chongo.  Su rostro desmaquillado y tenso evidencia angustia.
— ¿Tienes habitaciones disponibles?
Qué raro. En general lo primero que quiere saber la gente es el costo de la habitación. “Sí, sí hay”. De su bolso saca un fino monedero.
— ¿Se puede pagar con tarjeta?
No ha cuestionado el precio y tiene premura por pagar para hospedarse lo más pronto posible. “Sí, sí se puede”. Mientras efectúo el cobro, la chica solicita de la manera más atenta que si alguien de cierta aerolínea mexicana llegara a buscarla, o preguntar por ella, la neguemos.
— Juro que no soy asesina o delincuente. Cosas de la vida, no quiero que nadie me moleste.
Pese a la preocupación que trae encima, se da unos segundos para bromear. Total, pagada la noche es instalada en su habitación. Una nueva duda asalta su carácter nervioso.
— ¿Se puede fumar?
“Sí, sí se puede”. Al poco rato aparece recién bañada en la recepción. Vestida con indumentaria deportiva que descubre una figura que cautiva y refleja ejercicio, con cabello suelto, tímida en un tono apenado, pide que le ayude con un “problemita”.
El problemita es que no sabe encender un cigarro: es la primera vez que intenta fumar. Le digo que con gusto la apoyo en su propósito, sin embargo le explico que hace algunos meses me retiré como fumador, por lo que no deseo sentir otra vez el tabaco entre mis labios.
— Perdón, soy una tonta.
Sin recurrir a la palabrería de que el cigarro mata, de que el cáncer es condena, me atrevo a preguntarle por qué lo hace. Inquietud que por supuesto está ligada a su conducta de corte fugitivo.
— Me siento muy mal, no sé cómo manejarlo. He visto que muchos fuman, así que creí que eso serviría.
Salimos de la recepción para dirigirnos al área de alberca. En el trayecto, de forma abrupta e inesperada, comparte la pena que vino cargando durante varias calles hasta topar con el hotel, un hotel que ha elegido porque se lo recomendaron y porque le dijeron que era un gran lugar para estar tranquila, además de que a nadie se le ocurriría encontrarla aquí. Culpa, remordimiento y un fuerte dolor en el pecho la tienen presa en la mortificación; un capitán que, por lo que ella muestra en su móvil, no cesa de mandarle mensajes suplicándole que no comente nada con nadie para evitarle un conflicto marital. Mi esposa y mi bebé son todo para mí, sé discreta, reza uno de los textos.
— En casa tengo a alguien que me espera, alguien a quien amo, y eso es lo que me atormenta. Dime con qué cara lo voy a veeeeer. ¿Me vas a juzgar de algo?
— No, no soy juez. Lo cierto es que no sabes encender un cigarro.
— Y no lo haré.
Allí está ella, esperando sentada frente a la alberca el amanecer, acompañada de una cajetilla con cigarros intactos, tratando de ahogar con el pensamiento su pena en el agua de una piscina. Es la típica noche en que todo ser humano más necesita de dormir a la brevedad, pero menos sueño tiene. Es una de las noches en que el destino juega su travesura de lanzar un albur para ofrecernos diversos caminos.
Decidí no fumar.
Ella iba a decidir su suerte en el siguiente vuelo.
@jeryfletcher

martes, 11 de octubre de 2016

Mérida, fin de una travesía musical en el sureste mexicano




-Ay, vamos. ¡Viene mi novio León Larregui!
-Pero es en Mérida.
.¿Y qué? Estamos a dos horas y media. 
-Está bien, vamos.

Sí, ni modo de no satisfacer a la dueña de las quincenas. Y así como él, muchos otros caballeros que se lucieron con sus parejas llevándolas al gran concierto que puso final a la segunda edición del Festival Internacional Sol® Arcadia, un festival que comprendió una travesía musical por Puerto Morelos (Quintana Roo), Tuxtla Gutiérrez (Chiapas) y Mérida (Yucatán).


La cercanía de la capital yucateca con la Riviera Maya permitió que gente de Cancún, Playa del Carmen e incluso Tulum acudieran al llamado del elefante centinela, es decir al jolgorio masivo donde hubo más de ocho mil almas para disfrutar de artistas como OMI, Los Amigos Invisibles, León Larregui, Midnight Generation, Comisario Pantera, Reyno, Miami Horror e Illya Kuryaki and The Valderramas.


"Queremos brindar una experiencia de talla internacional a todos los habitantes y visitantes de la región, de la mano de grandes talentos musicales, combinados con la riqueza natural y gastronómica que ofrece la capital yucateca”, expresó Manuel Martínez, gerente de Sol®.


-¿Ya nos regresamos a Playa?
-No, podemos quedarnos en Mérida esta noche (le guiñó el ojo su novia).

Un concierto, un pequeño viaje de Playa a Mérida, sirvió de mucho. La música une, y ayuda.