lunes, 26 de septiembre de 2016

Roy Orbison canta en Playa



Ahora fueron sus sandalias.

Desde hace tres días que llegó, el señor es una maquinaria de peripecias. Con toda la pinta de ser turista primerizo, vistiéndose con prendas que le quedan grandes y no son propias para un clima tropical, como unas tobilleras, o sombreros enormes de corte Robin Hood, también es imán de pequeños actos plagados de cómica calamidad.

Dice que se le rompieron las sandalias cuando bajó del taxi porque él mismo se pisó. Versión creíble luego de haberlo visto metiéndose con aletas rotas a la alberca, aletas que cortó porque le parecían muy largas. Ni qué decir cuando se puso a pelear consigo mismo porque se atoró en la puerta al querer cerrar la sombrilla que compró para protegerse del sol. No, no me refiero a un paraguas, sino a una sombrilla de playa.  Si alguien le pusiera gabardina y guantes negros sería el inspector Clouseau, personaje interpretado por Peter Sellers en la saga de La pantera rosa.

Muy ameno cuenta lo de las sandalias mientras se sirve un café en la recepción.

Con taza en mano, café servido, toma asiento en uno de los sillones, exhala con fuerza, se mece los cabellos y, de forma abrupta, con una voz desesperada, expresa que no puede.

-¿Se siente usted bien? ¿Le puedo ayudar en algo?

Voltea a verme con toda seriedad. Su mirada es la de un hombre cansado, agotado. Ha borrado todo indicio de comicidad en gesto y movimientos. Contrario a su porte de torpeza, ahora sorprende por su actitud: un hombre que refleja estar atormentado.

-Señor, ¿está usted bien?

Comienza a hablar de una mujer.


Detrás del inspector Clouseau

“La conocí cuando me mudé a Sacramento (California). Estaba desempacando mis cosas y tocaron a la puerta, era ella. Era una chica jipi, la jipi más hermosa que han visto mis ojos. Tocó porque había chocado mi auto y quería preguntar cuánto me debía por el golpe. Yo ni siquiera me percaté de eso, pues estaba apurado en desempacar. Le dije que nada, que no se preocupara. Miró hacia adentro, vio las cajas y supo que era nuevo en el vecindario. Se metió a la casa según para ayudarme a desempacar”.

Médico con pocos meses de haber culminado sus estudios universitarios, y con empleo asegurado en Sacramento, tenía prisa por instalarse lo más pronto posible. Metódico, disciplinado y amante del orden, el joven galeno permitió que su mundo fuera alterado aquella tarde de 1969.

La chica abrió cajas para sacar infinidad de libros que depositó en el suelo, o donde se le pegara la gana. Se puso a filosofar sobre la vida en su relación con la medicina. Se carcajeó cuando puso atención en la vestimenta del tipo: playera polo, shorts cortos, calcetines color beige y tenis blancos. Se recostó en el piso para encender un cigarro y preguntarle al doctor qué se sentía ser nerd.

“Se dedicó toda la tarde a criticarme y cuestionarme. Por un instante me dieron ganas de correrla, pero no pude porque me gustó su compañía, me encantó ella. Me pareció fascinante conocer a una persona opuesta a mí. No lo sé, me dio mucha confianza. Como me la dio siempre”.

Tardaron un año para convertirse en pareja. Sí, se dieron la oportunidad de ser novios. Funcionó. El siguiente paso fue casarse. Funcionó. Prosiguieron con tener hijos. Funcionó. Tuvieron una hija. La pequeña creció y a ellos solamente la muerte los iba a separar.

Que cante Roy Orbison

Vino a Playa del Carmen por recomendación de un amigo, médico también. Desde Melbourne, Australia, sus dos nietos e hija le echaron porras, lo animaron diciéndole que lo iba a lograr, que iba a poder, que por favor hiciera caso al doctor.

La muerte de su esposa lo sumió en una severa depresión con propicio refugio en la tristeza y la falta de hambre. Necesita reposo, distraerse. Es su primera vez en el sureste mexicano, es la primera vez que afronta unas vacaciones sin Lucile desde hace más de 40 años.

Le es difícil disfrutar sin su compañera, tanto que se nota en sus vaivenes de inspector Clouseau. Es probable, no lo sé de cierto, que haya elegido el retorno a 1969 cuando una chica jipi se mofó de su atuendo, lo tildó de nerd y lo inyectó de confianza. Quizá sentirse otra vez como novato y torpe en un territorio desconocido sea un mecanismo para estar cerca de ella, o bien para recordar quién es él en su esencia pura.

-¡Era la mujer más bella!

-Ya lo creo, señor.

-¿Cómo es la chica que te gusta, de la que estás enamorado?

Su pregunta me sacude porque obliga a hacer escala en el destino del aparente olvido, pero que tiene nombre de mujer. Ni siquiera me deja responder, algo ha visto.

-No, no digas nada. Quédate con ese rostro, es el rostro más sincero que podemos brindar los hombres cuando adoramos a una mujer a la que no tenemos cerca. Sonreírle a los recuerdos, o a las ausencias, no es poca cosa.

Pide que busque en la computadora una canción, In dreams, de Roy Orbison. ¡Pum! Emocionado al escucharla logra que el café le caiga encima, sin embargo le vale. Se incorpora moviendo los brazos como si fuera un director de orquesta, claro, un director de orquesta bañado en café y con sandalias rotas.

Es la canción que le recuerda a Lucile, o bien a Britt Ekland si nos atenemos en que es Peter Sellers. Se dirige a su habitación tarareándola, encaminándose hacia otra peripecia, pero contento.



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