viernes, 4 de noviembre de 2016

La mirada de una geisha


Debo ser honesto, nada gano con mentir. La primera vez que deposité mis ojos en ella fue gracias a sus piernas bien torneadas y nalgas firmes. Si, ya sé, "hombre tenías que ser, así son todos". Perdonen, pero es imposible negarse a la contemplación, ya sea explícita o disimulada cuando se tiene un escultural cuerpo de amazona en las narices. Obvio, tal impacto, al que también podemos calificar de encanto, sólo sirvió para motivar el deseo de verla una segunda vez.
La segunda ocasión fue distinta. Su enojo y mal carácter ni siquiera dieron oportunidad para asomarme a apreciar su figura. Estaba de malas, muy de malas. Una bronca le había estallado encima, entiéndase reflejada en un rostro colorado del coraje y distorsionado por un malestar que buscaba desquite con lo que se atravesara en el camino. Manoteaba, gritaba a un muchacho. Con la sensatez por evitar ser parte de un conflicto desconocido para mí, di la media vuelta desde la esquina donde observé su ira y me fui a otro lado.
Por supuesto que hubo una tercera vez y ahí todo cambió. Entré a su negocio con intención de saludarla de manera jovial, incluso con ganas de invitarla a salir, sin embargo noté de inmediato su mirada triste extraviada en un teléfono, un aparato al que sostenía en balde porque ni lo pelaba, parecía una estatua sin chiste. Fue entonces que puse atención en su rostro, un bello rostro de piel delicada que complementaba la hermosura de su cuerpo pero que contrastaba con los ojitos apagados.
-¿Qué tienes?-, pregunté con la inercia de la repentina cortesía que surge ante situaciones de melancolía ajena.
-Nada, nada, no pasa nada-, respondió seca, con tono cortante.
Reparé en otra novedad: su voz. La escuché por primera vez. Después de los eternos cinco segundos de silencio incómodo que suelen registrarse en charlas que recién comienzan o están a punto de concluir, ella se dispuso a atenderme como cliente que soy de la tienda que despacha. Pedí lo que necesitaba.
-Perdona, pero me parece que eres demasiado joven como para tener una mirada así-, dije sintiéndome un estúpido mientras pagaba.
Fue lo que se me ocurrió, o mejor dicho lo que me nació decir. No es que uno sea demasiado viejo, o un hombre para exclamar “uy, qué bárbaro, ¡cuánta experiencia!”, no, tampoco es para tanto. Es algo tan simple como conocer ese tipo de mirada, una mirada que muchos sabemos identificar en el trayecto de nuestros andares cuando hemos sido autores o víctimas de tal estampa en una mujer.
-Ya tengo 22 años, no soy una niña-, reviró tajante, con un timbre duro, como si con eso quisiera excusar que ya cuenta con edad autorizada para atormentar de forma consciente su vida.
La escena fue interrumpida por el mismo chico que la había hecho enojar. Resultó que era su novio, quien la abrazó y besó sin ninguna muestra de afecto por parte de ella. Recibí mi cambio, me despedí. En tanto, ella enmudeció.
Retorné a casa pensativo por la revelación de su edad. Es difícil asociar la frescura de 22 años con la mirada triste de una mujer envuelta en un rictus endurecido. Me arrebató el sueño de toda una noche, pero ¿por qué? “Hay veces que el silencio es la respuesta más inteligente”, escribe Arthur Golden en Memorias de una geisha. ¡Claro! También me atraía de ella el enigma de su tristeza, de su penar.
Toda vez que amaneció fui a visitarla con la firme convicción de confesarle que quería saber más sobre su vida. Fui recibido con regaños por meterme en lo que no me importa, con advertencias de que cuidara más mi boquita antes de emitir opiniones sobre las miradas de las personas. Me apuntó con el dedo, habló con fluidez.
-Me vale madre si crees que soy una altanera, una grosera o una verdulera. Lo que sí te dejo claro es que tú a mí no me vas a criticar la mirada. ¿Entendiste o te lo repito?-, explayó tal cual Isela Vega en sus épocas de sex symbol con temperamento temible.
Comencé a reírme, ella hizo lo propio. 
A partir de ese instante conozco más sobre sus silencios. Lo hago a la distancia de su mirada, lejos de sus tristezas.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

La realidad de ser una mujer plus size



Como actriz con sobrepeso, Mónica Garland se ha enfrentado a numerosos obstáculos que han puesto a prueba su resistencia, pero gracias a su valentía y paciencia ha podido superarlos.

Por: Karina González Fauerman
Fotos: Cortesía: Mónica Garland, Erik Sthal, Gilda Villareal, Blenda, Karen Quezada

Es talla 46 y pesa 150 kilos. Frecuentemente la barren con la mirada o le hacen comentarios como: "Qué bonita serías si te pusieras a dieta”. Y es que ser una mujer plus size ha sido por un lado un fuerte obstáculo y al mismo tiempo una oportunidad para que la actriz Mónica Garland se acepte como es y luche contra los estereotipos.
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“Hay muy pocas obras donde permiten a la actriz plus size ser protagonista. Alguna vez me hablaron para una audición y me preguntaron si tenía veinte años y era soprano. Les dije que sí, me dieron una cita y cuando me vieron estaban extremadamente molestos porque no daba el tipo. Nunca mentí, nadie me preguntó mi complexión. "


“A veces resulta molesto que casi casi tengo que pedir disculpas antes de pedir información o citas de casting. -Perdón, escribo para ver si cumplo con el perfil de mujeres latinas toda complexión porque tengo mucho sobrepeso-. Por supuesto mil veces eso significa un máximo de talla 34, explica Garland, quien empezó a tomar clases de canto y actuación a los 16 años y cuyo mayor sueño es ser una actriz reconocida."


En un medio en el que la mayoría de las veces todo se resume a "les gustas o no", Mónica tardó en entender que su carrera es de resistencia y se obligó a ser valiente.


Además, gracias a la visión abierta de algunos directores y a que el público pueda olvidarse de “Mónica, la gordita”, ha tenido la fortuna de hacer personajes que no son normalmente interpretados por actrices plus size como una niña de 12 años que va a un concurso de deletreo  y una joven soñadora enamoradiza que en segundo acto se vuelve una ama de casa rica.

“Cuando recibo el aplauso del público toda la negatividad sale de mí y agarro fuerzas”
, subraya la artista, quien actualmente participa en la obra “La Sirenita” en el personaje de la bruja Úrsula.


Para fortalecer su autoestima, Mónica siempre trata de demostrarse que puede hacer lo que hacen las chicas de talla regular, razón por la que en una ocasión participó en un concurso de belleza y obtuvo el primer lugar. Además, ha trabajado en montajes como el de #PincheGorda en el cual hay un texto que dice que a la gente no le gusta lo que es diferente.

“Pienso que la discriminación se da en especial al género femenino: no es lo mismo ser un hombre gordo a una mujer gorda. Hay que dejar de juzgar y ser empáticas.


“La sociedad debería de estar abierta a respetar a las mujeres plus size o de talla regular, a las de la tercera edad, a las niñas, a las que tienen alguna capacidad diferente o alguna enfermedad, como Delta Burke, quien era reina de belleza y subió de peso por un padecimiento. Entonces decidió que el hecho de tener sobrepeso no significaba ser fodonga o fea y creó su propia línea de ropa”, agrega Mónica.

Cultiva su talento
Para ser una mejor actriz, Mónica se prepara continuamente. Procura leer y ver mucho teatro y trata de observar mucho a las personas. 


“Tengo la fortuna de ser maestra y al conocer a mis alumnos y ayudarlos a pulir su talento crezco mucho como actriz. También asisto a cursos y clases”.

A las personas que quieran dedicarse a la actuación, les aconseja que se preparen y que se armen de paciencia: los papeles, aunque tardan, llegan. 

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“Siempre va a haber gente que quiera hacernos menos y depende de uno mismo hacerles caso o no. Estar en el escenario hace que el trabajo, los corazones rotos, las tristezas y cualquier malestar valgan la pena”, concluyó Mónica.

domingo, 30 de octubre de 2016

La misteriosa desaparición de Helena



Toco a la puerta. María me recibe diciéndome que no podremos ver películas en su casa. Propone que vayamos al cine, o a cualquier otro sitio. Está preocupada por su abuelo. Por primera vez le importa la senectud del papá de su papá, un anciano que vive con ellos desde que enviudó.
-¿Recuerdas que antes no hablaba nada? Ahora lleva tres días repitiendo el nombre de Helena a toda hora.
-¿Tu abuela?
-No, nadie en la familia se llama así. Vaya, ni siquiera tenemos alguna conocida con ese nombre.
-¿Y luego?
-Mis papás le preguntan quién es pero no responde nada, parece ido. Solamente repite el nombre y ya.
-¿No serán delirios de viejito?
-No lo creo. Van dos noches seguidas que me asomo a su recámara para ver si está dormido y le dice a la tal Helena que pronto irá a buscarla, que ya es momento. Algo me dice que…
Evita ahondar más en el tema y va por las llaves del coche. Mientras espero en la puerta, su abuelo voltea a verme desde la sala dándome lo que interpreto como una orden: “Vamos por Helena”.
Buenas noches, cariño
Cae un aguacero que asusta, que azota la tierra. Helena y Leonardo están todavía muy lejos del hotel, sin señal de vida a la redonda. La reja semiabierta de la parroquia del pueblo se agita con fuerza, como invitándolos a abrirla por completo para ingresar al templo.
-¡Mira! Desde aquí veo que la puerta de la iglesia está abierta. Vamos y esperamos adentro hasta que se calme la lluvia, o sea hasta que amanezca.
-Pero Helena…
-No seas miedoso, no pasa nada.
-Si el cura está despierto nos puede correr. Hasta nos puede acusar de rateros o algo por el estilo.
-No pasa nada. Vamos.
Abren la reja, corren hacia la puerta del templo y cruzan. La poca luz que emiten veladoras y cirios que permanecen encendidos sirven para que Helena no choque contra una mesa de madera que sostiene un relicario de cristal. Sirven para que Leonardo observe de reojo las imágenes religiosas que parecen guardianes de aspecto macabro.
-El aguacero va para largo, así que creo dormiremos aquí.
-¿Estás loca? Por nada nos dormimos aquí.
-Jajajajaja, tú y tus miedos. Chillón.
-Mira bien a los santos, nos están viendo. Además, ve tú a saber si abajo del templo hay un panteón o mazmorras con espíritus de gente asesinada hace siglos.
-Jajajajaja, el loco es otro. Las bancas son grandes, así que cabemos los dos en una.
Se sientan en una de las bancas cercanas a la puerta. Leonardo está muerto de miedo. Helena contempla la imagen de una virgen que ofrece ternura con el rostro, pero que llora sangre. Helena se recuesta colocando su cabeza en las piernas de Leonardo.
-Cariño, muero de sueño. Como sé que ya te sugestionaste, apuesto que no vas a dormir, así que cuídame de esa virgen que nos observa, no se le vaya a ocurrir que quiera que le limpie las lágrimas. Jajajajaja, buenas noches.
En un tris, Helena se duerme. Leonardo se obliga a pensar en un sinfín de cuestiones para distraer la mente de su sugestión. Elige pensar en el cuerpo de Helena cuando se bañan juntos, en los pendientes de trabajo, en el viaje sorpresa que le quiere regalar a Helena en su cumpleaños. Un ruido irrumpe su pensamiento.
Buscando a Helena
El cine ha quedado en el olvido. María y yo tratamos de descifrar lo que nos repite su abuelo. “Vamos por Helena”. “Templo”. “Pueblo”. “Santos”. Es imposible.
-Quizá tu abuelo quiere que vayamos a la iglesia para confesarse.
-Sería raro porque él no es creyente. Abuelo, ¿vamos a la iglesia? ¿Quieres ir?
El anciano asiente con la cabeza. Sin avisarle a los papás de María lo subimos al coche para ir a la parroquia más cercana, un templo modernista que tiene más pinta de inmueble para oficinas que de recinto religioso. Entramos y la catarsis se apodera del anciano: su faz avejentanda transforma las arrugas en rasgos de ira, pánico y culpabilidad. “Aquella noche en ese maldito pueblo perdí a Helena. Te perdí, Helena. Te arrancaron de mí. Prometí que te encontraría, lo haré”.
Ya no estamos junto a un anciano, sino con un hombre rejuvenecido que quiere encontrar al gran amor de su vida, a la mujer que encapsuló en su memoria hasta ahora que nos cuenta quién es ella y qué ocurrió aquella noche en el maldito pueblo. Sin pensarlo dos veces, los tres abordamos el coche para ir al pueblo.
Los ruidos extraños
Leonardo se niega a voltear. El ruido lo escucha cada vez más cerca, un ruido ligero y extraño, como si algo arrastrara una caja, como si alguien arrastrara un par de zapatos con suelas de cartón.
-¿Quién anda ahí? Quien quiera que sea, le juro que no somos ladrones de arte sacro. Nos metimos por el aguacero, nuestro hotel queda muy lejos. Estaremos aquí hasta que amanezca.
Nadie le responde. Helena está tan dormida que ni se inmuta con el temor oral de Leonardo. Por el contrario, el ruido se aproxima todavía más. Y lo que es peor: se duplica, se triplica.
-¿Quién es? Carajo, ¿quién es?
Para tranquilizarse, Leonardo pone a trabajar con angustia su mente creyendo que lo que escucha es producto de su sugestión. El ruido, los ruidos, han desaparecido.

Se mece los cabellos cuando siente que le tocan el hombro. No sabe si gritar o voltear. Opta por voltear. Uno de los guardianes macabros ha dejado de ser estático; el santo pronuncia “Leonardo”. ¿La imagen religiosa cobró vida y se bajó del pedestal? Sí, lo hizo. Y Leonardo no sabe si gritar, suplicar un infarto o echarse a correr. Opta por correr.
-¡Helena!
Se acuerda de Helena ya que ha corrido hasta la reja principal de la parroquia. Regresa por ella adentrándose en un templo carente de imágenes religiosas. Ninguna está en su pedestal, incluyendo a la virgen. Helena tampoco está en la banca donde se quedó dormida.
Camino al maldito pueblo
La busqué por toda la parroquia sin encontrarla. Desperté al cura que estaba dormido en una habitación contigua al atrio. Le conté lo que pasó, entramos al templo y las imágenes estaban ahí, pero Helena no. El cura y las autoridades del pueblo me tildaron de loco cuando reporté su desaparición. Los padres de Helena también me consideraron fuera de mis cabales y tuve que salir huyendo de la ciudad para que no me metieran a la cárcel o me encerraran en un manicomio. Nadie me creyó pese a ser real que Helena había desaparecido. Algo me dice que sigue ahí, en ese maldito pueblo. Así sea cadáver, la voy a encontrar.
El hallazgo de Helena
Estamos en el templo del maldito pueblo. El abuelo de María ya no tiene el miedo que lo sacudió siendo joven aquella noche, sin embargo, nosotros sí. Es de noche, cae un aguacero y unas cuantas veladoras encendidas iluminan el lugar. Nos sentimos rodeados y observados por los guardianes macabros y estáticos desgastados por el tiempo.
-Fue en esta banca.
El anciano se sienta. Revive, recrea lo sucedido aquella noche en aras de que el recuerdo le brinde pistas para dar con el paradero de Helena. Vuelve a tenerla dormida entre sus piernas, vuelve a escuchar el ruido, vuelve a sentir la manita que lo tomó del hombro, vuelve a observar y escuchar la imagen religiosa que pronunció su nombre. Nada nuevo. Se incorpora de la banca para reinventar con paso lento la carrera que pegó con el susto.
Un momento. Se había olvidado del primer detalle en la cadena del miedo: la virgen que contempló Helena. Regresa a la banca, se sienta y voltea hacia la virgen que miró Helena esa noche.
-¡Helena!
Allí sigue la virgen, o mejor dicho Helena, con un rostro que ofrece ternura y llora sangre. Allí, en su pedestal, se halla la desaparecida convertida en una imagen religiosa. Allí, una mujer-estatua que derrama frescas lágrimas rojas.
No sabemos qué hacer los tres. ¿Correr, gritar o suplicar un infarto? El hallazgo de Helena nos aterra a María y a mí, no así a su abuelo, quien sí coincide en nuestro horror cuando vemos que los guardianes macabros y estáticos ya no están en sus pedestales.
Escuchamos ruidos, ruidos extraños y ligeros. María y yo optamos por correr. El abuelo se queda frente a la virgen.
Nadie nos creerá sobre la desaparición de su abuelo.

jueves, 27 de octubre de 2016

Total, toda la culpa es mía





Alguien le metió la idea de que vine a quitarle el trabajo, de que la van a despedir para dejarme su lugar. Convencida de que es cierto, sugestionándose al grado de considerar que soy un tipo que muere por culminar el resto de sus días como recepcionista de hotel, ha decidido tratarme como si fuera su peor enemigo. 

Pese a que otro compañero le explicó que estaré como apoyo únicamente durante temporada alta, ella jura y perjura hacia sus adentros que mi objetivo es tumbarle el puesto en la recepción. Nada ni nadie la saca de su creencia, así que desde el primer día hace notar que no soy bienvenido. Dándole lo mismo si hay huéspedes por atender, me grita frente a turistas extranjeros para precisar que las tazas en la mesa del café “deben ser muchas y no pocas”, así haya muchas. Como la ignoro, más se enoja. Hace gestos de malestar, gruñe. Tan molesta está que hasta amenaza con decirle a la jefa que “había pocas tazas y no muchas”. 

La pareja argentina que ha atestiguado la escena opta por guardar silencio y retirarse con discreción. En una de esas también les toca regaño.


Todo es mi culpa 

Haga lo que haga, o incluso lo que no haga, le parece mal. Si respiro, mal. Si tomo agua, mal. Que si voy al baño, me cuenta las veces que voy al baño. Que si bebo café, me cuenta las tazas que tomo. Peor aún, si algo malo acontece en el mundo o en su vida diaria, el culpable soy yo.  

— Aggrrrrrrr, la lluviaaaaaaaa. 

Estalla con coraje hacia mi persona porque empieza a llover. Tenía planes, pero resulta que se los eché a perder porque llueve por mi culpa. Sin darse cuenta, lo único que logra es fomentar la broma colectiva; personal y huéspedes hasta se mofan de su actitud hacia mí: "¡El dólar subió por tu culpa, Leo!". 

Me acusa y reporta por todo. Critica y cuestiona lo que haga o deje de hacer. Desea sacarme de quicio, busca la confrontación, quiere hacerme explotar. Creativa, eso sí, se las ingenia para detectar detalles de suma intrascendencia para luego darles valor de “problemas graves” aunque no lo sean. 

—Enferma vine a trabajar, y él por allá aprovechando su descanso en lugar de cubrirme. 

Claro, según su visión, es terrible que descanse en mi día de asueto. “Falta de compañerismo”, le llama ella. Aparte hay que agregar que se enfermó por mi culpa. Todo lo malo es mi culpa. 

Tras confirmar que nomás no cedo a su furia, además de mostrar signos de agotamiento en su propósito de despreciarme, ya cansada, recurre a lo poco que le queda de gas para ver si logra hacerme desatinar un poquito. 

—El café que preparas es horrible, una porquería. 

Aunque no lo haya preparado yo, soy el causante del mal sabor. Me aguanto la risa, y a la vez me sorprende que siga empecinada en tratarme mal cuando ya falta poco para culminar con mi periodo como recepcionista. 

Cansancio de la ira 

Ya no pudo más, ha dado lo mejor de sí.  Sus esfuerzos por intentar desquitar conmigo sus temores a perder el empleo la han agotado. Se rinde al grado de que ya no le perturba el hecho de que charle con los huéspedes, algo que le irrita sobremanera porque quién soy yo como para ponderar el trato con la gente por encima del orden impecable en la mesa del café. 

Considera que es momento propicio de tomar vacaciones, de relajarse. Solicita los días que por derecho le corresponden.  Se me pregunta si puedo cubrirla, lo que implica prolongar por dos semanas mi adiós al hotel. Acepto, digo que sí. Cuando ella regrese, ya no estaré ahí. Dejaré de ser el recepcionista temporal y ella continuará con trabajo. También puedo asegurar que pegará tremenda rabieta cuando vea que en la mesa del café en recepción hay pocas tazas, no muchas, pese a que haya muchas. “Agrrrrrr, las tazaaaaaas”, ya la oigo.

Embajadores por la justicia climática viajarán a Alemania

Embajadores por la Justicia Climática

El cambio climático es una realidad que azota a todo el planeta, y sus efectos son notorios día tras día. Desafortunadamente no todos los gobiernos han volteado a esta problemática que consume poco a poco el lugar donde los seres vivos habitamos.

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Debido a esta situación, varias han sido las acciones que desde hace ya varios años se han emprendido por parte de asociaciones civiles y organizaciones sin fines de lucro que se preocupan por el mejoramiento ambiental, el correcto tratamiento de los residuos sólidos y la utilización de energías limpias y renovables.

Plant for the Planet México se ha mantenido a lo largo de los años como un fuerte y principal promotor de la reforestación y el uso adecuado, constante y total de las energías limpias, como la solar y la eólica.



Por ello, estarán viajando este próximo viernes 29 de octubre del presente año, a Augsburgo, Alemania para participar en la Cumbre Mundial juvenil a presentar seis propuestas que elaboró el Instituto Politécnico Nacional de energías renovables y que los jóvenes mexicanos le estarán dando voz.

Para el intercambio de ideas sobre los diferentes tipos de energía en pro del medio ambiente, César Emanuel García Carrillo (representante de América en el Comité Global Infantil), Estrella Pacheco (Embajador por la Justicia Climática), Susete Palomares (Embajador por la Justicia Climática), Linber Martín Ballote (Embajador por la Justicia Climática), César Gálvez (Embajador por la Justicia Climática), Carolina Castellanos (Embajador por la Justicia Climática), Lucas Hernández (Embajador por la Justicia Climática) y Paulina Sánchez (Embajador por la Justicia Climática) serán los encargados de expresar las diferentes acciones que en México se están empleando para el mejoramiento, utilización y beneficio para ayudar al medio ambiente.

Acompañados de César García, coordinador general, y Raúl Negrete, presidente de Plant for the Planet México, buscarán adquirir más conocimiento en las técnicas más innovadoras en el tratamiento de residuos sólidos, el empleo y abaratamiento de las energías solar y eólica, para aplicarlos, primeramente en Playa del Carmen, Solidaridad, Riviera Maya y todo el Estado de Quintana Roo, para, posteriormente, llevar su aprendizaje a todo el país. 


Gustavo Maldonado, Ecomán, Carlos Toledano y Linber Martín Ballote

En la conferencia de prensa estuvieron presentes el cuarto regidor de Solidaridad, Gustavo Maldonado, quien expresó que en México se tiene un atraso de más de 30 años en la tecnología para el tratamiento de los residuos, y conminó al diputado de la 15º legislatura, Carlos Toledo, a que ponga el tema de la energía limpia y el tratamiento profesional en la mesa de la cámara baja para su discusión, y que se busquen soluciones reales a la problemática.

Ante este planteamiento, Caros Toledo se comprometió ante los jóvenes que estarán viajando a Alemania, a proponer la temática en el parlamento y darle seguimiento a las acciones que Plant for the Planet México ha llevado y seguirá llevando a cabo en pro del medio ambiente.

Plant for the Planet México ha restaurado parques en Solidaridad, y desea continuar con su loable acción para tener un mejor lugar para vivir, para todos.



Ecomán 

Ecoman, el luchador por el medio ambiente dejó en claro que las acciones que se lleven a cabo ahora para ayudar y mejorar a tener un mejor espacio para habitar, son importantes para llevarse a cabo todos los días, y luchar contra los “malechores" del medio ambiente es una ardua tarea que lleva mucho tiempo y esfuerzo, pero que los beneficios y las recompensas son muy gratas. 
Susete Palomares, Ing. Marciano Toledano Sánchez y Emanuel García

Susete Palomares, Ing. Marciano Toledano y Emanuel García

Para desearle surte a los chicos que viajarán al viejo continente para participar en la cumbre Mundial Juvenil, el Ing. Marciano Toledo Sánchez, fundador del municipio de Solidaridad. fue claro en asegurar que toda actividad en pro del ecosistema, será siempre bienvenida y apreciada por los habitantes de Solidaridad, de México y del mundo.

Para mantenerse informados sobre lo que hace Plant for the Planet México, utiliza el #yoamoMéxico y #échalelamanoalatierra.



Finalizando con la ‘ecoseñal’ y el lema: “quiere, cuida y respeta el medio ambiente” por parte de Ecomán, dio por concluida la conferencia de prensa.

lunes, 24 de octubre de 2016

Galeano y una calma en la tempestad


En charlas playenses suelen aflorar nostalgias al compás de unas copas. El momento se convierte en la gran oportunidad para poder compartir pasajes o anécdotas que por alguna extraña razón guardamos o evitamos con nuestros seres queridos. Quizá, simplemente quizá porque creíamos que se olvidarían con el tiempo. No fue así.
Aquí mi turno en la conversación.
Galeano y una calma en la tempestad
Me despierta un ligero movimiento en mi hombro acompañado de una voz que pronuncia “joven, joven”. Con el cuerpo adolorido por dormir descompuesto en las incómodas sillas del hospital, me incorporo para preguntar qué pasó, qué ocurre ahora. En los últimos días, cada vez que alguien se aproxima a mi persona, fluyen puras malas noticias. Desde el parte médico que aborda cómo se estanca el deceso anticipado de papá cada 24 horas hasta los corteses avisos sobre la aproximación de fechas de pago, todo lo que escucho es caos para mis oídos, para mis entrañas.
-No se asuste. Perdone si me atreví a despertarlo, pero aquí le traje esto.
Es el mesero de la cafetería que se encuentra al interior del hospital. Hace algunas semanas todavía me atendía en las mesas, todavía podía darme el “lujo” de ser su cliente pidiéndole café y pan. Me entrega una bolsa, lo hace sonriéndome. Les hablo de una sonrisa genuina, la sonrisa de un hombre que se siente bien por saber dar. Mayor aún cuando lo ha pagado de su bolsillo.
-No es mucho, pero al menos sirve para calmar el hambre. Buen día.
Antes de comenzar sus labores vino para dejarme una bolsa en la que encuentro un café, una dona y un sándwich. Atónito, con las piernas temblorosas por culpa de calambres, me dirijo hacia él. Ingreso a la cafetería para preguntarle con pena, sí, con pena, con la pena de alguien que no sabe recibir, “por qué lo hace”.
-Porque tienes hambre-, responde contundente.
Comienza a describirme cómo he sido en las últimas semanas, cómo ha sido el desasosiego transparente. Narra lo que sus ojos han observado en torno a la situación de papá y mi andar ante las circunstancias, ante la tormenta de una enfermedad y una vida llena de historias inconclusas como ocurre con el viejo. Cada palabra que expresa es una daga para mí, una afrenta para la muralla en que me he convertido. En el fondo, muy en el fondo, agradezco que, sin él saberlo, me haga valorar que no todo es tempestad. Invita a que me quede en la cafetería para disfrutar sándwich, café y dona en lo que llega mamá para relevarme en la guardia.
Me percato que en su delantal esconde un libro, 20 poemas de amor y una canción desesperada. Por un instante me olvido de mi mundo para adentrarme en el de él. Lee a Neruda porque se lo recomendaron, porque le dijeron que era digerible,“bien padre”. Admite que la poesía no le gusta mucho, que en sí leer es un hábito que le llega a dar pereza, sin embargo se esfuerza en disciplinarse. Poco a poco le agarra el gusto.
-Mi esposa y yo vamos a ser papás. No quiero que mi hijo tenga un papá que no sepa leer.
-¿Va aprendiendo a leer?
-Leer ya sabía, pero jamás fui de agarrar libros. Lo hago ahorita porque le leo a mi esposa y a su panza, al bebé pues.
-¿Le gusta el futbol?
-Sí, bastante. ¿Por qué?
Saco de mi mochila el libro Futbol. A sol y sombra, de Eduardo Galeano. Se lo doy.
-Es suyo.
-¡No, cómo cree! Lo del café lo hice por gusto…
-También lo hago por gusto.
-¡Está bien padre! Llegando a casa se lo leo a la panza.
Mamá ha llegado, tengo que irme. Mi viejo, quien se encuentra en estado de coma desde hace meses, ya no escuchará los relatos de Galeano. Muy de acuerdo estaría en que mejor sean leídos para alguien que viene en camino y no para alguien que va de salida, pero sobre todo que sean leídos por alguien que disfruta lo que lee.
Me despido del mesero agradeciéndole lo que ha hecho por mí. Me despido asomándome a la calma en plena tempestad.
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Chichen Itzá, energía que recorre las venas



La magia se empieza a sentir kilómetros antes de llegar al estacionamiento de la zona arqueológica de Chichen Itzá. El oculto poder que se percibe recorrer por las venas genera emoción, pasión, y dibuja una gran sonrisa en el rostro de quien lo visita.

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- Is this your first time here?
- Yes, and it's lovely

 Esas fueron las primeras palabras que dijeron una pareja de ingleses que no paraban de sonreír en cada paso que daban desde su llegada a la espectacular zona arqueológica. Les faltaban las palabras para describir la magnitud de toda la belleza ancestral que ante sus ojos se presentaba.



 El camino guiado nos llevaba al lugar sagrado donde Kukulcán (Mayas) o Quetzalcoatl (para los Aztecas) desciende para dejar en claro que es el momento indicado para empezar la cosecha, y donde meses después vuelve a subir para dejarnos claro que ha llegado el momento preciso para recolectar lo sembrado.

 Las expresiones de asombro son la gran constante al escuchar la precisión absoluta que la cultura maya tenía sobre la astrología. Su inspiración en el cielo y las estrellas les llevó a crear una cultura única, mágica y con gran aporte a la sociedad, que a la fecha se mantiene.



Un legado que no sólo se ha convertido patrimonio de México, sino de todo el mundo y que llena de energía con su magnificencia. Recorrer y conocer cada rincón de Chichen Itzá eleva los sentidos al extremo; estar frente a los vestigios de la cultura Maya enarbola los sentidos, los maximiza y hace resaltar el orgullo de ser parte de esa cultura.

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Desafortunadamente no todo es bello, los negocios que abundan desde la entrada y que uno se encuentra en cada pasillo, con 'artesanías' o recuerdos del lugar, le colocan la parte más desagradable de la visita. Las autoridades deberían prohibir ese mercado que se convierte en una cicatriz de tan bello lugar.